Vol.2 Nro. 50 (2020) abril - junio págs.[98 - 115] http://atenas.mes.edu.cu

Martí, Darwin y el origen del hombre: ciencia, cultura y universalidad

Martí, Darwin and the Man’s Origin: Science, Culture and Universality

 

Ensayo

Luis Ernesto Martínez González1
luisernesto.martinez@umcc.cu / luisernestomg72@gmail.com

 

RESUMEN:

En la cultura científica de José Martí el estudio de las nuevas ideas científicas ocupó un lugar primordial. Este artículo se propone argumentar las reflexiones martianas en relación con el origen del hombre, que demuestran la presencia en su obra de una estrecha relación entre ciencia, cultura y universalidad. Entre los métodos utilizados estuvo el analítico-sintético de la información recopilada y el fichado de fragmentos de su obra relacionados con el tema. Sobre esta base se realizó el estudio de los criterios martianos en relación con el origen del hombre, en su relación con lo planteado por Charles Darwin, lo cual permitió cumplir el objetivo propuesto. Se revela, por tanto, la originalidad de las ideas defendidas por José Martí en relación con el origen del hombre, lo cual patentiza la universalidad de su pensamiento.

ABSTRACT:

In José Martí’s scientific culture the study of the new scientific ideas occupied a primordial place. This article intends to argue the martians reflections in connection with the man’s origin that they demonstrate the presence in its work of a narrow relationship among science, culture and universality. The analytic-synthetic of the gathered information was among the used methods and the one registered of fragments of their work related with the topic. On this base he was carried out the study of the martians approaches in connection with the man’s origin, in their relationship with that outlined for you Charles Darwin, that which allowed to complete the proposed objective. It is revealed, therefore, the originality of the ideas defended by José Martí in connection with the man’s origin, that which reveals the universality of their thought.

Palabras clave: José Martí, Charles Darwin, origen del hombre, ciencia, cultura, universalidad.

Keywords: José Martí, Charles Darwin, the man's origin, science, culture, universality.

INTRODUCCIÓN

En el mundo científico del siglo XIX la teoría darwinista de la evolución significó una revolución en las ideas y concepciones acerca del ser humano y la naturaleza. Cuba no fue ajena a sus influjos (Martínez, 2011, 2013) y, dentro de la intelectualidad cubana, descolló José Martí, por la agudeza de sus análisis, la profundidad de sus criterios y las valoraciones en torno a la significación del darwinismo y de su autor para la ciencia y la historia del pensamiento (Martínez, 2007, 2010).

Dentro de todo el conjunto de la obra científica del inglés Charles Darwin (1809-1882), José Martí prestó una especial y dedicada atención a lo relacionado con el origen del hombre, particularmente la especie humana identificada como Homo sapiens. Esto fue tratado por él múltiples veces y es un ejemplo del heterogéneo número de ideas y concepciones, muchas de ellas en franca contradicción con el propio Darwin, a que dio lugar en los finales del siglo XIX esta revolucionaria concepción sobre la naturaleza. En el caso martiano se reunieron, en lo relativo al surgimiento del ser humano, junto a la valoración de las evidencias científicas, serias críticas por razones éticas a algunas de las ideas acerca de cómo había ocurrido este proceso, así como otros razonamientos, entre ellos los relativos a la antigüedad como especie, la aparición y autoctonía en el continente americano, la relación entre espíritu y cuerpo material, la evolución del sistema nervioso en los animales y la relación con el psiquismo animal, el lugar del hombre como parte de la unidad de la naturaleza, entre otras cuestiones.

 

DESARROLLO

Al tratar el tema de la teoría darwiniana sobre el origen del hombre en la obra martiana se ha puesto especial énfasis en las censuras realizadas por Martí a las ideas de Darwin. Sin embargo, no se ha prestado la debida atención a que hubo una coincidencia esencial entre ambos: el firme convencimiento de que la especie humana era una sola y que había tenido, al igual que el resto de los seres vivos, un origen natural, lo cual descartaba cualquier intervención divina o sobrenatural en este proceso. Por tanto, pudiera considerarse que, entre Darwin, quien “nunca se propuso examinar otra cosa que las raíces animales del hombre, y no las manifestaciones plenamente humanas, sociales, de su conducta” (Pruna, 2010, p.102) y Martí existieron más puntos de vista comunes que criterios divergentes. Además, como en otros aspectos, el cubano muchas veces se refirió, sin mencionarlos directamente, más a los seguidores de Darwin que hacían uso de estas investigaciones para defender ideas alejadas de las verdaderas concepciones darwinianas, que a lo sustentado realmente por el sabio inglés.
Otro aspecto a tener en cuenta es el estado de las investigaciones acerca de la evolución del hombre, en el momento en que el Apóstol escribió sobre el tema. Durante mucho tiempo se consideró inapelable la afirmación de Cuvier, formulada en 1812, sobre la inexistencia de restos humanos fósiles, idea que comenzó a cambiar con el descubrimiento en Alemania, en 1856, del hombre de Neandertal (Homo neanderthalensis). De igual forma, también se aceptó en los círculos científicos que la especie humana era mucho más antigua de lo que se pensaba y aceptaba por la tradición bíblica. La formulación de la teoría darwinista, casi coincidente con el hallazgo en el valle de Neander, condicionó un cambio de pensamiento evidente unos años después. Esto se vio reforzado cuando en 1868 aparecieron los primeros cinco esqueletos fósiles de Homo sapiens en la cueva de Cro-Magnon, Francia. Posteriormente, en 1891 y 1892, fue encontrado el llamado Hombre de Java, denominado Pithecanthropus erectus, especie incluida más tarde en el género Homo (Homo erectus erectus). Ya no existían dudas, aun cuando las evidencias fósiles eran todavía muy incompletas, era casi irrefutable que el ser humano había tenido un largo proceso evolutivo al igual que el resto de los organismos vivos.
En resumen, los conocimientos acerca de la evolución humana estaban en pleno proceso de desarrollo al momento de Martí formular sus consideraciones, momento en el que predominaban más las hipótesis que las evidencias fósiles. Y estas hipótesis eran en gran mayoría especulaciones que pretendían pasar por confirmaciones darwinistas. Era una cuestión que despertaba interés por lo que implicaba para la religión o por consideraciones éticas, más que por una certeza científicamente comprobada, al menos en lo que el propio Darwin había denominado como registro fósil.
Otro elemento a considerar son las menciones que existen en la obra martiana relacionadas con el origen humano a partir de monos antropomorfos, pues esta fue la verdadera fuente de polémica y discusión. Al respecto, José Martí conoció los criterios del alemán Karl Vogt, defensor de la antropogénesis. Al hacer referencia a una de las obras de este autor expuso:
Todo camina a la muerte por la senda de la vida, y a cada ser que se hunde responde un ser que se alza. Cuando una cosa se transforma en otra, subsiste en la segunda forma, y no puede subsistir más que en ella: si el hombre se deriva del mono, ¿cómo subsisten la forma primitiva y la segunda? (Martí, 1875, p.99).
Hay que reconocer en este caso que Martí se equivocaba al considerar que la especie humana había derivado de alguna de las especies conocidas de monos, error por lo demás muy común desde aquella época y el cual siguen cometiendo los enemigos del darwinismo con cierta asiduidad. Algo, además, que Darwin nunca sostuvo. Este criterio martiano, expresado en 1875, fue rectificado años más tarde, cuando reconoció que entre el ser humano y los monos antropomorfos posiblemente había existido una forma intermedia, que sería denominada posteriormente eslabón perdido. Un año antes de la muerte de Darwin hizo referencia a “la teoría darwiniana que hace al hombre estrechamente dependiente de la raza simia” como una hipótesis indemostrable mientras no aparecieran en las regiones tropicales los fósiles que revelaran “que hubo el tipo que falta entre el hombre y los animales similares conocidos” (Martí, 1882d, p.130). En “Darwin ha muerto” esbozó esta idea cuando comentó que Darwin “supone que ha debido existir el animal velloso intermedio de quien cree que el animal humano se deriva” (Martí, 1882b, p.183).
Para Martí estuvieron claras las semejanzas anatómicas y de comportamiento entre el ser humano y los monos antropomorfos, cuestión a la que Darwin dedicó gran espacio en su libro The descent of man…. En un escrito de 1881 el Apóstol mencionó un gorila muerto en el zoológico de Berlín, que en realidad debió ser un orangután, pues había sido traído desde Sumatra. Dijo que era “ese mono grande que según algunos es el abuelo del hombre”, a lo cual añadió más adelante: “Su natural era dulce y apacible, la mayor parte de sus movimientos y de sus acciones, asemejábanse a los del hombre, pero su tristeza revelaba claramente cuánto sufría por haber perdido su libertad” (Martí, 1881b, p.93).
En un nuevo artículo hallado recientemente, donde José Martí reseñó la inauguración del museo de historia natural de la ciudad argentina de La Plata, aparece otra de sus reflexiones. Acerca de los últimos salones del Museo, que exhibía “cien esqueletos allí juntos para el estudio comparado de la antropología”, para demostrar “ante los ojos la semejanza cercana del hombre al antropoide, y las variedades de este y del hombre mismo”, señaló que estas habían sido las evidencias
por donde Darwin, saltando de la semejanza a la derivación sin tener en cuenta el desarrollo aparejado de lo intelectual y lo corpóreo, pudo pensar que el hombre vino, en lo animal al menos, del perfeccionamiento natural del bruto que parece antecederle inmediatamente en la escala de la vida (Martí, 1887c, p.25).
Es llamativo, por otra parte, que Martí conociera, dentro de las ideas cosmovisivas de una de las civilizaciones precolombinas, la leyenda de la formación de los hombres según el Popol Vuh, la cual consideró a los monos descendientes de los primeros seres humanos, los que Martí consideró miembros de “aquella primitiva raza humana” (Martí, 1884c, p.206), que fue destruida por una catástrofe. Para Martí debió ser muy sugestivo este mito aborigen que unía el origen y destino de hombres y monos.
En el primer artículo científico que publicó en México en 1875, Martí dedicó especial atención al origen del hombre, aunque no trató el tema como hipótesis científica, sino por la posible relación que tenía con América. Debe señalarse, en este sentido, que sobredimensionó la importancia del continente americano para el estudio del surgimiento de la especie humana, pues consideró que sin esta región no se podría “deducir de cierto sobre la unidad, identidad y época común de aparición del género humano” (Martí, 1875, p.98). Esta idea se corresponde con algo que siempre defendió: la posibilidad de que el hombre hubiese surgido también en esta zona geográfica, lo cual hasta hoy no está comprobado por la ciencia. Seguidamente expuso varios argumentos al respecto y añadió:
La ciencia prehistórica es verdad, y a América toca influir poderosamente, si no decidir por completo, en las cuestiones que acerca de la procedencia y época de la aparición de los hombres surgen y han disputado incesantemente durante los cuarenta años últimos del siglo, sin llegar a uniformidad ni a acuerdo (Martí, 1875, p.99).
De esta idea es posible inferir que Martí conocía los debates que sobre el origen del hombre se habían producido desde hacía décadas. Concluyó más adelante con otra advertencia acerca de la significación del continente americano para las investigaciones sobre la evolución humana:
el examen geológico de América resolverá una cuestión previa que a los que se dedican a estos conocimientos preocupa con justicia: ¿apareció en las distintas comarcas de la tierra el género humano a un tiempo mismo? La edad de piedra existía en Luisiana a tiempo que existía en Europa la perfeccionada edad actual. Siendo unos mismos los hombres ¿marchan en tierras distintas por distintas leyes? (Martí, 1875, p. 100).
En este artículo, como en otros que se analizarán más adelante, Martí defendió el origen americano de la especie humana. Este criterio parece que fue, básicamente, resultado de reflexiones suyas a propósito de las discusiones sobre la presencia del hombre en el Período Terciario, las cuales conoció en España. En tal sentido se adelantó a la teoría del hombre americano defendida por el antropólogo argentino Florentino Ameghino, con una diferencia: mientras el argentino postuló el origen exclusivamente americano de la especie humana, Martí consideró posible que surgiera en esta zona geográfica, como mismo había ocurrido en otras regiones del globo.
Puede decirse que sustentó un enfoque cercano a la teoría poligenista, pero ajeno por completo a los que en el siglo XIX la asumieron para avalar el racismo, pues creían en el origen diverso de las llamadas razas humanas, lo cual justificaba las diferencias entre estas como congénitas e insalvables. Aquí no hubo coincidencia con Darwin, quien defendió la teoría monogenista o hipótesis del origen único, la más aceptada hasta la actualidad, y asumió un ancestro común para todos los seres humanos. En lo que sí Martí convino con el científico inglés, y con casi todos los defensores del darwinismo, fue en considerar la unidad de la especie humana. No en balde afirmó rotundo en 1890 que “El hombre es uno, y el orden y la entidad son las leyes sanas e irrefutables de la naturaleza” (Martí, 1890, p.371).
Las ideas martianas sobre el tema fueron originales, pues no hay evidencias de que conociera la obra de Ameghino. Inclusive, el cubano las planteó por vez primera en 1875, años antes que el argentino autor defendió de La antigüedad del hombre en el Plata (1880).
Con posterioridad al año 1875, Martí volvería a defender la posibilidad del origen del hombre en América, pero a inicios de la década de los 80 se destacan las críticas que dirigió a los que consideraban la espiritualidad humana como una mera expresión de la materia o un resultado exclusivo de la evolución de esta. Creyó firmemente en que, mientras iba evolucionando el mundo natural, también evolucionaba de forma paralela el mundo espiritual, que identificó con la progresión del psiquismo animal.
La relación que estableció Martí entre la evolución de los organismos con el desarrollo psíquico o espiritual, quedó más clara en el ensayo “Darwin ha muerto”, de 1882, cuando, después de presentar la hipótesis darwinista sobre el origen del hombre, apuntó lo siguiente:
Por de contado que la semejanza de todos los seres vivos prueba que son semejantes, sin que de eso sea necesario deducir que vienen los unos de los otros; por de contado que existe semejanza de inteligencia y afecto entre el hombre y el resto de los animales, como existe entre ellos semejanza de forma,¾sin que por eso pueda probarse, con lo que no hay alarma para los que mantienen que el espíritu es una brotación de la materia, que el espíritu ha venido ascendiendo en los animales, en desarrollo paralelo, a medida que ascendía su forma (Martí, 1882b, pp.183-184).
Es curioso, sin embargo, sobre todo para los que han asumido estas críticas de Martí como dirigidas esencialmente a Darwin, que este científico formuló una idea similar en el libro The descent of man…. Al referirse a ejemplos como los aportados por Martí, señaló:
por considerable que sea la diferencia entre el espíritu del hombre y el de los animales más elevados, redúcese tan sólo a una diferencia de grado y no de especie. Hemos visto que ciertos sentimientos e intuiciones, diversas emociones y facultades tales como la amistad, la memoria, la atención, la curiosidad, la imitación, el raciocinio, etc., de que el hombre se enorgullece, pueden observarse en un estado naciente, y aun algunas veces bastante desarrollado, en los animales inferiores (Darwin, 1880, p.88).
No obstante, si se sigue la idea martiana se comprueba que se refiere, principalmente, a características del hombre como ser social y a la influencia de estas en el desarrollo biológico, la cual Darwin nunca negó.
Aprovechó Martí este artículo e hizo mención a otra preocupación suya en torno al tema del origen del hombre: la relación entre la materia y el espíritu, sobre todo la que era posible establecer a partir de las potencialidades que encerraba este estudio de manera conjunta, sin excluir una u otra. Por esto defendió siempre la existencia de una ciencia del espíritu, en lo cual se ha percibido una anticipación al surgimiento de la psicología. Dijo en esta oportunidad: “La vida es doble. Yerra quien estudia la vida simple” (Martí, 1882b, p.184).
En varios de los trabajos que escribió entre 1883 y 1884 para la revista La América, es evidente el interés martiano en el tema del origen del hombre, en especial por la posibilidad de que tal hecho hubiese ocurrido también en América. Es oportuno señalar que siempre estuvo atento a las últimas noticias científicas en relación a esta cuestión. Así sucedió en una reseña sobre los temas a tratar por el grupo de antropología de la British Association en una reunión proyectada para celebrarse en Montreal. Entre estos uno estaría dedicado a “Las razas nativas de América, sus caracteres físicos y su origen” (Martí, 1884e, p.224).
Igualmente se mantuvo al tanto de publicaciones sobre el tema. Entre estos acercamientos sobresale la reseña de un estudio del paleontólogo y antropólogo inglés William Boyd Dawkins sobre “El hombre primitivo en América”, aparecido en La América, que contiene los comentarios y la traducción martiana de partes del artículo “Early Man in America”, publicado en The North American Review, vol.137, no.323, oct. 1883, pp.338-349. Hay que señalar que este artículo es de reciente incorporación a las obras completas del Apóstol y que en La América su autor apareció como Boyd Sankins, errata que se mantuvo en la edición crítica.
En este análisis elogió a Dawkins por esclarecer los “contornos principales de la ciencia antropológica” y en relación con lo que exponía, al alcance de todos los interesados en saber, reconoció: “Quien vulgariza, auxilia. A veces no entendemos, o entendemos mal, cosas mayores, por no tener un conocimiento exacto de las mínimas que le sirven de base” (Martí, 1883a, p.250). Seguidamente presentó otros fragmentos traducidos, en los que se abordó la clasificación de las distintas épocas geológicas del planeta, así como la presencia de organismos vivos en cada una de ellas, particularmente la especie humana. Otras cuestiones llamarían la atención de Martí en este trabajo, al cual elogió por poseer un “estilo pintoresco y anovelado que ayuda tanto, con la visión del color y de la forma, a la más fácil, provechosa y durable enseñanza de la ciencia” (Martí, 1883a, p.251). Entre estas destaca una frase relacionada con la importancia del registro fósil para establecer una relación filogenética entre especies similares:
A ser tomadas en cuenta las especies extinguidas, se verían que llenan los intervalos que separan una forma viviente de la otra, y que se van aproximando las especies vivientes en la misma relación en que se acercan a los tiempos actuales (Martí, 1883a, p.251).
Esta idea debió haberla enlazado con la existencia de un eslabón intermedio entre el hombre y los primates. En la edición crítica aparece la palabra “distinguidas” por “extinguidas”, lo cual es una errata. La consulta del número correspondiente de La América revela que se trata realmente de la segunda, que es lo correcto de acuerdo al contexto. Más adelante, en relación con lo que planteó este autor sobre el origen del ser humano, expuso Martí: “Y después de andar con pasos seguros y prudentes por toda Europa y América, averiguando cómo en la misma época había aparecido en ambas el hombre primitivo, el profesor deduce esto, como término de su estudio” (Martí, 1883a, p.252). Y seguidamente citó lo siguiente, lo cual coincide con algunas de las ideas que había planteado al respecto:
«La identidad de los utensilios prueba que aquel hombre salvaje que cazaba a las márgenes de los ríos, vivía en el mismo estado rudo de civilización en el mundo antiguo que en el nuevo, cuando el horario del reloj geológico señalaba en ambos continentes la misma hora. No llama poco la atención que su manera de vivir haya sido la misma en las orillas del Mediterráneo, en los bosques tropicales de la India, o en ambas costas del Atlántico. El cazador de venados del valle del Delaware, era la misma especie de salvaje que el cazador de venados del Támesis y el Sena» (Martí, 1883a, p.252).
El párrafo que le sigue dio la oportunidad a Martí de ratificar la convicción, mediante una tajante aclaración, que poseía acerca del origen múltiple de la especie humana:
Pero de esta identidad en los utensilios de que se valían no puede decirse que los habitantes de ambos continentes fueran de idénticas razas. En tanto que queda esta cuestión abierta, puede asegurarse la existencia de una primitiva condición salvaje, de la que la humanidad ha ido surgiendo en las largas edades que la separan de nuestros tiempos.¾Y asumiendo que aquella humanidad brotó de un centro¾(opinión que el que traduce no comparte)¾podemos inferir por el vasto espacio regado con sus restos, que aquel cazador de las márgenes de los ríos habitó la tierra por un tiempo muy largo, y desapareció antes del descendimiento glacial, y la depresión de la temperatura en la parte septentrional de Europa, Asia y América (Martí, 1883a, p.252).
Esta reseña demuestra, una vez más, que Martí coincidió con Darwin y los seguidores del darwinismo en relación con el origen natural de la especie humana, que esta había evolucionado a través del tiempo y que era una única especie sobre la cual habían influido numerosos factores que condicionaron las diferentes modificaciones morfológicas conocidas. Y, al mismo tiempo, reflejó con claridad la firme creencia martiana en el poligenismo y en la posibilidad del surgimiento del hombre en territorio americano.
Otro ejemplo de las ideas del Apóstol acerca del origen del hombre, tomado también de los artículos publicados en La América, fue expuesto a propósito del libro The natural génesis… (1883), texto del egiptólogo inglés Gerald Massey. Las consideraciones expuestas en este caso ratifican lo planteado anteriormente sobre la peculiaridad de las ideas que defendió. Al mencionar que Massey consideró al África como “cuna original del hombre” (Martí, 1884d, p.127), destacó a este continente como espacio geográfico en que se inició el proceso de humanización, cuestión sugerida por Darwin y aceptada por la mayor parte de la comunidad científica favorable al darwinismo. En este mismo resumen comentó sobre la unidad de la especie humana:
no siempre la semejanza de espíritu o de detalles en los mitos arguye derivación inmediata, ni siquiera mutuo conocimiento, de los pueblos en que prevalecen; porque es natural que siendo el hombre uno, y la tierra una, y unos, con diferencias escasas, cuantos elementos influyen en él¾no sean muy diversas las creaciones del hombre en sus varias comarcas en períodos semejantes de existencia. Los campesinos contemporáneos de Barquisimeto tienen costumbres parecidas, y alguna vez iguales, a las de los antiguos campesinos del Egipto: y no se dirá, por cierto, que las costumbres de Barquisimeto vienen de las de Egipto (Martí, 1884d, p.126).
Por la misma fecha dio a conocer “Arte aborigen”, dedicado a comentar los objetos de artesanía indígena presentes en la exposición en honor a al pedestal de la estatua de La Libertad, en Nueva York. Aprovechó el Apóstol la oportunidad para insistir en varias reflexiones personales en relación con el origen del hombre:
En una misma época, y a un mismo tiempo unos hombres trabajan y convierten los elementos más rebeldes y recónditos de la naturaleza, y otros emplean apenas los más superficiales y burdos. La edad de piedra subsiste en medio de la edad moderna. No hay leyes de la vida adscritas a una época especial de la historia humana. Dondequiera que nace un pueblo nuevo, allí renace con él,¾nueva, grandiosa y feral,¾la vida (Martí, 1884a, p.49).
Similares fueron los argumentos que utilizó en “El hombre antiguo de América y sus artes primitivas”, publicado meses después. Aquí hizo gala de amplios conocimientos sobre el arte prehistórico, en particular de los pueblos de Nuestra América, pero además al mencionar el yacimiento arqueológico del valle de Vézère, en Francia, en especial el de Laugerie-Basse. Nuevamente aprovechó la oportunidad para reflejar con claridad una posición poligenista respecto al tema del origen de la especie humana:
No por fajas o zonas implacables, no como mera emanación andante de un estado de la tierra, no como flor de geología, pese a cuanto pese, se ha ido desenvolviendo el espíritu humano. Los hombres que están naciendo ahora en las selvas en medio de esta avanzada condición geológica, luchan con los animales, viven de la caza y de la pesca, se cuelgan al cuello rosarios de guijas, trabajan la piedra, el asta y el hueso, andan desnudos y con el cabello hirsuto, como el cazador de Laugerie Basse, como los elegantes guerreros de los monumentos iberos, como el salvaje inglorioso de los cabos africanos, como los hombres todos en su época primitiva. En el espíritu del hombre están, en el espíritu de cada hombre, todas las edades de la naturaleza (Martí, 1884b, p.136).
Estas consideraciones en relación con la identidad del ser humano, independientemente del lugar en que esté asentado geográficamente, son muy avanzadas desde el punto de vista sociológico. En un apunte, al que ya se hizo referencia anteriormente, a propósito de un libro del político español Emilio Castelar, volvió a insistir al respecto:
Que en la sociedad lo que desaparece, no reaparece.¾Y cita a Darwin, Or. of Sp. cap. x:¾«Las especies extintas no reaparecen.»¾Continuando el mismo proceso racional,¾no.¾En otro proceso, aunque iniciado luego de terminado aquel en que vinieron y murieron, sí.¾¿No he visto en el Museo del Havre los cuchillos de sílex que ha poco usaban indígenas de la América del Norte? Helos aquí, en pleno siglo fúlgido viviendo a la par en la época de piedra.¾Que el espíritu humano se desenvuelve, y adelanta sobre todo, más que en la averiguación de la inescrutable causa, en los conocimientos de acomodación,¾es de absoluta certidumbre.¾Que en todas partes, y paralelamente se desarrolle el espíritu humano por progresivas épocas, que como zonas morales ciñen con igual presión a todo el universo sentido¾es afirmación osada y antihistórica.¾Donde nazca un nuevo grupo de hombres, autóctono y aislado, nace hoy con todas aquellas feroces luchas, desnudo cuerpo, primitivo culto, de las agrupaciones originarias ya perdidas en su propio desarrollo (Martí, 1880, p.121).
Estaba muy claro para Martí, como parte de esta interesante concepción del origen del hombre, que la especie humana era única, pero que el desarrollo que había recorrido a lo largo del tiempo, sobre todo desde el punto de vista cultural, no era uniforme, aunque podía estudiarse de acuerdo a un criterio científico. La evolución social, por tanto, poseía leyes propias, que no tenían nada que ver con una supuesta inferioridad racial o étnica. Las desigualdades en el desarrollo social de los diferentes grupos humanos no podían asumirse como síntoma de desventaja ni argumento para exterminios, sino como evidencia de la historia de cada pueblo y de las características propias de la naturaleza en las diferentes zonas geográficas. Quedó evidenciada esta idea en otro apunte:
En dondequiera que el hombre nazca abandonado a sí mismo y sin conocimiento de lo que le ha precedido, comenzará otra vez la edad de piedra. No está la edad de piedra en la naturaleza, sino en el choque del hombre virgen e ignorante con la naturaleza virgen. Y ya en aquellos hombres, los del período glacial, existía el deseo de producir la belleza, que es uno de los distintivos más hermosos del hombre apenas se ven las manifestaciones de él (Martí, 1882c, p.306).
En la reseña que dedicó en 1887 a la asamblea anual de la Asociación Americana para el Avance de las Ciencias, volvió sobre el tema del origen del hombre en América, a propósito de la ponencia presentada por el antropólogo Daniel G. Brinton, de la cual reconoció que “se llevó la atención de la asamblea entera”, al resaltar que este autor defendió “que el hombre vivió ya en América en la época glacial” (Martí, 1887a, p.122). Sin embargo, cuando este científico refirió que no estaba demostrado el surgimiento de la especie humana en el continente, Martí discrepó y expuso con vehemencia varios argumentos en sentido contrario:
Pero no cree que el hombre naciese de América mismo, «porque no pudo desenvolverse, dice, de ninguno de los mamíferos americanos hasta hoy hallados»: cree que vino de Asia y de Europa por puentes preglaciares:¾¡como si la identidad, o semejanzas de los actos, aspiraciones y artes del hombre en países sin relación ni conocimiento, que vemos hoy con nuestros ojos, no estuviese probando que sobre toda la faz de la tierra pudo nacer el hombre a un tiempo mismo! Sus mismas semejanzas son la prueba de su variedad de origen, a la par que de la identidad de su naturaleza (Martí, 1887a, p.122).
Otra presentación en este evento, en este caso una descripción sobre la naturaleza del continente africano, también llamó la atención martiana. Es muy probable que se tratara de pasajes del libro Tropical Africa (1888), de Henry Drummond, donde expuso criterios en relación con los organismos salvajes y las características de los nativos de la región, los que merecieron la reprobación del Apóstol, no sin antes enfocar el problema con una valoración acerca de la necesidad de tener en cuenta el factor espiritual. Agregó seguidamente que para este escritor:
contra lo que narran otros viajeros, ir a África es como ver alboreada la bestia humana. Juzga perversión de la inteligencia lo que, por lo mismo que él dice, se nota que es diversidad local. «Medio animal y medio hombre es en el corazón de África el ser humano.» Y sin ver que en el orden y correspondencia de la creación van ligados de cerca y con grados paralelos de desarrollo los seres de diferentes reinos que la habitan, cuenta luego que hay valles tendidos a la sombra de cerros selvosos, donde orquídeas gigantes revientan en capullos carmíneos y azules, y el verde canta, y la tierra no está cubierta de césped, sino de maravillosas flores. Y no halló monos en estos lindos valles, ni en las soledades lodosas de árboles enanos por donde bajó de la meseta a los ríos (Martí, 1887a, p.123).
Hay que destacar que este evento, según lo reconociera el propio Martí, fue declaradamente favorable a Darwin y la teoría evolucionista.
También en 1887, al comentar el contenido del duodécimo salón del Museo de La Plata, destacó que se exhibía “como elocuente testimonio de la identidad del mundo y esencial unidad de sus razas”, una colección de útiles, adornos y armas de América, la mayoría de la pampa sudamericana, las cuales consideró
semejantes, cuando no iguales, a las que, no solo en la misma época, sino en el mismo grado de civilización de épocas distintas, han trabajado los hombres en pueblos que no tuvieron más comunión ostensible con los de artes afines que aquella madre naturaleza que a todos por igual [¿inspira?] -con sus modelos, líneas y combinaciones permanentes,- trazos que por asemejarse a su original inmutable, parecen llevados en viajes inverosímiles de un mundo a otro por sobre mares vírgenes o hielos cegadores (Martí, 1887c, p.24).
Otro cónclave científico, el Congreso Antropológico celebrado en Nueva York en 1888, dedicado a los temas relacionados con el origen del hombre, dio una nueva oportunidad a Martí de expresar ideas acerca de esta importante cuestión. En la crónica que escribió, se mostró conforme con un criterio acerca de la identidad del ser humano, independientemente de las condiciones del medio geográfico en que este se desarrolle. Al comentar la ponencia del médico Edward C. Mann sobre el estado actual de la ciencia antropológica, destacó los criterios de este acerca de la necesidad de imprimir un sólido contenido científico a la antropología y de buscar otras evidencias, más allá de las anatómicas, para demostrar el origen del hombre. En el análisis de estos planteamientos expuso:
Ni es verdad, añadía Mann, que los climas influyan en el hombre de modo bastante a torcer o alterar la esencia de su naturaleza, en lo incorpóreo y en lo físico, porque una vez habituado el hombre a él, crece tan varia y libremente en lo glacial como en lo tórrido, con gente alta y baja, mala y buena, obesa y larguiruta, tierna y áspera: hay kafires enanos y esquimales gigantescos: los bushmanos, negros por el sol, aman con la misma pasión que los noruegos, blancos por la nieve (Martí, 1888, p.480).
Al defender este investigador que el hombre no debió ser originario de América, de nuevo Martí se manifestó contrario a esta afirmación:
Y ¿cómo vino a América el hombre?: Mann, sin fijarse bastante en lo natural y posible de la coaparición aislada del hombre dondequiera y en cuanto que hubo condiciones para su viabilidad, opina que en los tiempos postglaciares, con sus cuatro grandes inviernos con intermedios de calor, pasó el hombre, contemporáneo de animales extintos, o vivos sólo hoy en los países cálidos, por el puente de tierra que en el cataclismo glaciar, al entrar en más fuego el globo, se fue abajo, dejando mar abierto entre América y el sudoeste de Europa, que eran antes una misma (Martí, 1888, p.480).
Vale señalar que, sobre la base de una firme certeza en la posibilidad del origen americano de la especie humana, en varios momentos Martí recopiló evidencias y criterios planteados por diferentes científicos, como apoyo a sus ideas acerca del tema. Una de ellas, que parece referirse al libro del antropólogo norteamericano James C. Southall, titulado Pliocene Man in América (1881), que trata sobre la aparición del hombre en América, fue comentada en 1882 (Martí, 1882e, p.48).
Tres años más tarde destacó que el naturalismo filosófico alemán defendía el origen americano de los seres humanos, a lo cual añadió un dato de anatomía comparada: Sobre esta posibilidad anotó en otra ocasión: “el cerebro de los monos de América es el mejor desarrollado de la raza simia, y el más parecido al de los hombres” (Martí, 1885, p.129). Ya anteriormente, en el ensayo a propósito de la muerte de Darwin, comentó que “el mono de América, más lejano en su forma del hombre que el de África, está más cerca de él en su inteligencia” (Martí, 1882b, p.184).
También Martí hizo referencia a la teoría del biólogo suizo-norteamericano Jean-Louis-Rodolphe Agassiz sobre el origen del hombre, expuesta en el artículo “The diversity of origin of the human races” (1850), en el cual defendió la teoría poligenista y asumió que existían razas más capacitadas y con mejores disposiciones naturales, que tenían derecho a una posición más elevada en la sociedad humana. Es posible que el Apóstol solo conociera el dato relativo al poligenismo y a la posibilidad de que el ser humano también se originara en América, lo cual explicaría que no hiciera una crítica a ideas tan marcadamente racistas (Martí, 1881a, p.210).

Otra mención a criterios de científicos que se refirieron al origen del hombre americano fue recogida cuando anotó una idea tomada del lingüista y mitólogo alemán Friedrich Max Müller, destacado estudioso de las culturas orientales, autor de textos como Lectures on the science of language (1864) y Selected essays on language, mythology and religion (1881), acerca de la identidad entre objetos arqueológicos hallados en Asia y América (Martí, 1881a, p.210). Esta búsqueda o recopilación de evidencias se corresponde con una firme oposición a las intenciones de vulgarizar el tema del origen del hombre. Si en 1879 elogió la disertación de Luis Montané en el Liceo de Guanabacoa, que refutó la microcefalia como una regresión del ser humano en la escala evolutiva, en 1882 se refirió a una teoría del escritor danés Sophus Schack que intentaba sostener algo parecido (Martí, 1882f, pp.33-34)

 

CONCLUSIONES

En la segunda mitad del siglo XIX el origen del hombre era uno de los temas que más apasionaban a los intelectuales del mundo, por la íntima relación que tenía con una concepción realmente científica de la naturaleza y por las discusiones que provocaba, sobre todo por su significación para el ámbito religioso y los seguidores de la palabra bíblica. Este interés se reforzó cuando Darwin ofreció un sólido estudio científico al respecto y fundamentó las bases de este proceso en la teoría de la selección natural.

José Martí, como hombre de su tiempo, también se motivó por esta cuestión, conoció los aportes de varios científicos al estudio de la evolución humana y se interesó particularmente por el aporte de Darwin. Asumió de este un núcleo esencial: el origen natural del ser humano, como mismo había sucedido con el resto del reino animal, lo cual explicaba la igualdad de todos los seres humanos. Sin embargo, aportó ideas propias, en este caso la importancia de estudiar no solo lo biológico sino también lo espiritual inherente a la condición humana, además de la posibilidad de que hubiese surgido en varias partes del planeta al mismo tiempo, lo cual incluía al continente americano

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Datos del (los) autor (es)

1Licenciado en Educación. Especialidad Ciencias Biológicas (1994), Licenciado en Historia (1999), Máster en Didáctica (2002), Doctor en Ciencias Pedagógicas (2008), Profesor Titular (2012), Investigador Titular (2019), profesor de la Universidad de Matanzas. Orcid: https://orcid.org/0000-0002-8690-8735