Vol.2 Nro. 50 (2020) abril - junio págs.[116 - 131] http://atenas.mes.edu.cu

Las crónicas españolas de José Martí o el discurso de la modernidad para la metrópoli desde la colonia1
The Spanish chronicles of José Martí or the discourse of modernity for the metropolis from the colony

 

Ensayo

Pedro Pablo Rodríguez López2
pptdcr@cubarte.cult.cu

 

RESUMEN:

El texto se escribe con el propósito de analizar el pensamiento de José Martí en relación con la entrada de España a la modernidad en el contexto europeo. Se somete a revisión crítica la postura asumida por la figura objeto de estudio ante la situación española, en su vida social, política y cultural sobre la base de la revisión de 22 crónicas escritas entre 1881 y 1882, que abordan la problemática española. Se subraya la posición anticolonial de José Martí al tiempo que acogió favorablemente el tránsito al progreso y al desarrollo del pueblo español.

ABSTRACT:

The text is written with the purpose of analyzing the thought of José Martí in relation to the entry of Spain into modernity in the European context. The position assumed by the figure under study before the Spanish situation, in its social, political and cultural life on the basis of the review of 22 chronicles written between 1881 and 1882, which address the Spanish problem, is subjected to critical review. José Martí's anti-colonial position is underlined while he welcomed the transit to the progress and development of the Spanish people.

Palabras clave: José Martí, modernidad, pensamiento liberador, descolonización.

Keywords: José Martí, modernity, liberating thought, decolonization.

INTRODUCCIÓN

Es indudable que el periodismo fue para José Martí el gran ejercicio de la prosa, y que fueron esos escritos los que le convirtieron en autor conocido y admirado en su tiempo como un renovador de la lengua y el estilo.  Su madurez como hombre y escritor, ocurrida durante el decenio de los años ochenta del siglo XIX, halló vehículo expresivo —además de en su poesía— en sus numerosas y formidables crónicas para la prensa hispanoamericana, textos que al fin durante los últimos años han atraído la atención de sus estudiosos, en particular las que el mismo Martí llamara sus “Escenas norteamericanas”. 3 Sin embargo, sus crónicas de temática europea no han provocado todavía similar interés. 4
Fue el diario caraqueño La Opinión Nacional 5 la publicación que marcó la aparición del cronista: durante menos de diez meses, entre el 6 de septiembre de 1881 y el 3 de junio de 1882, allí se publicaron sus primeras Escenas norteamericanas y europeas. 6
Son en total 59 crónicas las consideradas europeas, de las que 22 se refieren a España, que superan en cantidad a las dedicadas tanto a Francia como a Italia, los otros dos países que trató en esos textos. 7
En esos acercamientos a la problemática española, Martí evidencia la hondura que lograba ya su pensamiento. Por entonces avanzaba en la conformación de su idea esencial de que el mundo estaba entrando en una nueva etapa, que él llamaría meses después de “reenquiciamiento y remolde”, 8 la cual significaba, a su juicio, la posibilidad del progreso humano sustentado en la revolución científico y técnica que se vivía, mediante el destierro pleno de todos los viejos dogmas medievales y el impulso ilimitado del conocimiento, y a la vez de la viabilidad productiva para desterrar la miseria, siempre y cuando se garantizasen la justicia, la equidad y la igualdad verdadera de derechos y posibilidades.
Tal análisis lo inserta en una de sus crónicas españolas refiriéndose particularmente a Europa, región que considera en época de tránsito entre lo pasado y lo futuro; pueblos “históricos”, pero “embrionarios, y como en larva” lo cual, dice, se ve en “lo confuso de sus letras, en lo inquieto de sus hombres, en el descolor de su teatro, en lo vario y numeroso de sus leyes, en lo híbrido y movedizo de sus teorías”; “pueblos en renovación”, con la pereza de los poseedores de antaño” y, la “tal vez útil, de los poseedores venideros.” 9
Sus crónicas españolas, a través de la información y análisis de los acontecimientos y asuntos ocurridos durante aquellos meses de 1881 y 1882, muestran su opinión acerca de cuáles dificultades y perspectivas afrontaba España durante aquel proceso modernizador de carácter universal.
La casualidad lo puso ante un momento significativo de la sociedad española de la época, como puede comprenderse al ver que las crónicas españolas fueren escritas en Nueva York entre el 20 de agosto de 1881 y el 23 de mayo del siguiente año. 10 Se trata del ascenso al gobierno de los liberales acaudillados por Práxedes Mateo Sagasta con las elecciones parlamentarias del 21 de agosto de aquel año, tras la caída del gabinete conservador presidido por Antonio Cánovas del Castillo. Se abría así el singular experimento del gobierno del monarca Alfonso XII con muchas de las fuerzas y de los políticos activos durante el Septenio septembrino que mantuvo fuera del poder a la dinastía borbónica. Parecía, pues, que el país entraba en una nueva etapa, favorable para culminar su difícil tránsito hacia la modernidad burguesa. Ese será justamente el tema central de estas crónicas españolas de Martí.
En el primer texto, escrito por el cubano el día antes del sufragio de la Península, ya Martí señala las líneas maestras del criterio que guiará desde entonces sus análisis acerca de la política y la sociedad española a lo largo de estas crónicas. Aunque vaticina el triunfo de Sagasta, su enjuiciamiento va más allá de la contingencia electoral para enfocar los problemas profundos del país, cuyas verdaderas soluciones estima más allá del alcance de las fuerzas que prevé victoriosas en los comicios.
Considera Martí en ese texto que no era en el ámbito de las instituciones políticas donde se resolverían tales problemas, sino mediante “amplio trabajo, trabajo fácil, bastante a satisfacer las necesidades exasperadas de las clases pobres.” El trabajo, añade, ahuyenta las cóleras y la miseria. 11  Y continúa diciendo en el mismo párrafo que las instituciones políticas “no andan seguras sino cuando se cimentan sólidamente en el bienestar público.” 12
Es de notar su preocupación por las clases pobres, perspectiva desde la que siempre miró la sociedad, ya tratase de Europa, de Estados Unidos, de América Latina o de Cuba.
Así, en el mismo escrito, cuando comenta los incendios intencionales ocurridos días antes en los campos andaluces, afirma que ellos son muestra de la miseria pública, “el clamor urgente de una nueva época que quiere ser regida con arreglo a sus necesidades reales y visibles, y no a la fría y soberbia que desenvuelve tenazmente, con escasez de sentido humano, en plan meramente mental y especulativo.” Por eso, sentenciosamente, reafirma así, su juicio: “Crimen son esas llamas; pero aviso.” 13
La palabra aviso quiere decir, obviamente, que la desatención a la miseria inicua, llevaría inevitablemente a nuevos y más terribles estallidos sociales, como explicita en la crónica escrita el 3 de septiembre de 1881, cuando al anunciar de numerosos arrestos por esos incendios dice que quizás ellos acelerarían un “sistema popular de gobierno” que diese empleo a las fuerzas ahogadas y vías de manifestación a los rencores para privarlos de expresiones violentas como aquellas. 14
Tanto estaba el problema social en el centro de su óptica que sus análisis de los primeros meses del gobierno de Sagasta vigilarán reiteradamente las combinaciones de la política española con las que, según él, se caminaba, lentamente y sin violencias sangrientas, hacia una sociedad moderna más equilibrada y humana.
Al comienzo de las nuevas Cortes califica la actualidad española como una marcha hacia un porvenir nebuloso, como una batalla entre dos épocas: “la de gloria militar, dominio de castas y provecho ilegítimo de pocos”, y otra de “gloria del trabajo, gobierno de la razón libre, y provecho legítimo de todos los hombres trabajadores”. 15
El cubano parece enfrentar así a la España tradicional, feudal, con la moderna y burguesa. Y ciertamente lo hace así, aunque no desestima ese pasado no capitalista sin el despliegue del franco espíritu mercantilista, pues considera que en comparación con otras naciones donde el problema se presenta agriado y dificultado por colosales odios, en España toma un carácter menos violento y amenazador, “merced a la naturaleza hidalga y desdén de la fortuna material que distingue a sus hijos. La verdad llega allí más tarde, pero como ha derramado menos sangre, llega más segura. Resulta esto de que el amor a los bienes de la tierra (...) es señaladamente menor que en otros pueblos entre los españoles”, un pueblo, para Martí, “sobrio y espiritual”. 16
Curiosa y dialéctica apreciación esta de Martí seguramente para sus amigos y lectores liberales de ambos lados del Atlántico, acostumbrados a la negación absoluta del pasado feudal y de sus valores, y para quienes el progreso se evaluaba en términos inequívocamente positivos. El cubano, preocupado desde su arribo a Estados Unidos con la metalificación de aquella sociedad, característica que consideraba enemiga de lo humano, probablemente por ello modificó o elevó su estima por los valores caballerescos y el tradicional sentido hispano de la honra. 17
Desde ese enfoque el periodista despliega sus dotes de cronista en la descripción y análisis del debate político español, siguiendo paso a paso, entre otros asuntos, las polémicas en las Cortes, las incidencias y alineaciones de los diferentes grupos y de los líderes políticos, las manifestaciones en Cataluña contrarias a la modificación de los aranceles proteccionistas, los manejos de la Iglesia católica contra el matrimonio civil, las visitas del rey a El Ferrol, a Cáceres —para encontrase con el monarca lusitano—  y a Portugal, y las relaciones exteriores, en particular con Francia e Inglaterra.
A diferencia de buena parte de la clase política hispana y de su prensa, Martí no se entusiasmó con la llegada al gobierno de Sagasta y del abanico de grupos que lo condujeron al triunfo electoral. Para él, ni el nuevo ministro ofrecía un programa esencialmente renovador ni las circunstancias de la política española al uso tampoco lo permitían. Tal punto de vista, sin embargo, no le condujo a entregar una visión en blanco y negro del nuevo gobierno ni de sus opositores, ni siquiera de la misma monarquía, a pesar de su manifiesta repulsa a la institución monárquica. 18
Desde el día previo a las elecciones ya había fijado los límites de Sagasta: la gestión de este, a su juicio, prepararía el advenimiento de la república “nominal, represiva, heterogénea, y transitoria, que lo tendría a él entre sus jefes junto a Castelar y al general Serrano; pero nunca sería el adalid de la república “enérgica, práctica y activa” por que luchaban Martos, Salmerón y Ruiz Zorrilla. Tal preparación no obedecía a un proyecto sagastino ni de sus seguidores, sino que sería consecuencia de las realidades sociales españolas.
Aunque en uno de sus textos califica el éxito sagastino en las urnas de convulsión, transición y sacudimiento, de hecho, su análisis prefiere casi siempre hablar de transición, o como continúa en la primera cita: se trata de “una de las formas del nuevo cuerpo nacional en ebullición”. 19
Antes del comienzo de sus sesiones, llama a las nuevas Cortes “ficticias e impuras”, 20 y considera que no resolverían problema alguno de manera fructífera y durable y que llevarían al país de modo precipitado o evolutivo a una revolución.
Ese sentido transicional de la acción política sagastina que no llega al fondo, al vuelco definitivo y decidido hacia el necesario futuro, y asentada también en el carácter mañoso, taimado, de político oportunista del jefe del gobierno, quien sacrifica los principios a lo personal, será reiterado y perfilado por Martí en numerosas ocasiones, según va analizando los diversos sucesos que ocurrían. 21
Lo interesante es que según avanzan los trabajos de las Cortes y la acción del gobierno, el cronista va precisando su opinión de que la política española se caracterizaba por el ajuste o equilibrio entre diferentes grupos políticos, y que prácticamente no había movimiento hacia el necesario cambio social profundo.
La razón social verdadera de esa transición lenta, indefinida e imprecisa la señaló acertadamente desde la crónica fechada el 16 de septiembre de 1881, cuando afirmó que en esas Cortes faltaba la burguesía “generosa y honrada”, “el elemento sano y pujante”. Y que ello no sólo ocasionaba la inseguridad del régimen monárquico legitimado y sostenido desde entonces por Sagasta y sus liberales y demócratas, sino que ni siquiera la república “aristocrática y artificial” de Castelar, ni la república “híbrida e insegura” que con toda probabilidad sustituiría a la monarquía por acuerdo de los republicanos pacientes y los liberales dinásticos, traerían el vuelco que el país reclamaba. 22. En el mismo texto afirma que sólo los republicanos de  Ruiz Zorrilla le parecen encarnar a la burguesía.
Dos asuntos valen aclarar de estos juicios. Primero, que dadas sus referencias a la burguesía en otros textos así como el conjunto de sus análisis en estas Escenas españolas, no es que Martí entendiese que la burguesía, como clase, no estaba representada en las Cortes, sino que se trata del sector desvinculado políticamente de la monarquía, no comprometido con las estructuras del monopolio comercial y del control proteccionista de los mercados peninsular y coloniales: esa era para él, evidentemente, la burguesía generosa, honrada, sana y pujante. En segundo lugar, es de apreciar que, siendo republicano, el cubano comprende que por encima y más allá de la forma de gobierno lo importante son las fuerzas sociales predominantes en un régimen político y la acción emprendida por ellas. Así, se explica su sagaz realismo práctico acerca de los republicanos: modernidad, desarrollo, progreso y justicia social no eran obviamente para él sinónimo de gobierno republicano.
Ya en lo que serían los finales de esta serie de Escenas españolas, el 23 de marzo de 1882, escribe un texto en que somete a brillante análisis esos engranajes internos de la política española entre las distintas agrupaciones. Comienza por afirmar que el país está de tránsito desde 1812, lo que ha hecho pasar a las nuevas instituciones del estado embrionario y avanzar por cauces fijos.
Dentro de esas instituciones se hallan los partidos políticos, de los que señala: “Los partidos de España son hoy como excelentes ensambladuras, que se desencajan y reagrupan, y quedan en cada forma nueva como ensambladuras perfectas.” Esa, dice que es una gran victoria de los españoles, pues es una “política racional, sincera y visible, cuyos elementos se ajustan o desapartan con arreglo a pacífica y serena lógica”. La califica hasta de política artística. 23 Inclusive vaticina que el país “llegará al goce de la libertad sin aquella depuración enorme y tremenda de la República Francesa.” 24
Pero, a su juicio, el país no acaba de enrumbar plenamente por donde lo requiere, pues se buscan las soluciones por los márgenes sin ir al fondo: “no es con ardides políticos, no es con pláticas de liberalismo formal, no es con alardes de reorganización del ejército, no es con halagos a las fuerzas mercantiles del país, con lo que ha de reconstituirse aquella trabajadora nación; ni la reconstrucción depende, sino en parte, de la forma de gobierno.” 25
En la misma crónica, del 1º de octubre de 1881, había descrito los grandes asuntos por atender:
El empleo del menguado erario en obras públicas.
La renovación progresista, pero tenaz y radical, de los orígenes de la vida.
La conversión rápida del pueblo ignorante e indolente en pueblo conocedor y laborioso.
El sacudimiento de los campos, como petrificados de espanto desde sus esfuerzos en las comunidades y germanías, y amenos y risueños como los campos árabes.
Y —resume— “con la sana y reconstructora política de nación, y la enfermiza política de ciudad habría de reconstruirse la península gallarda”. 26
Claro que el cubano no está ofreciendo en verdad un prontuario de esa reconstrucción para España y que no son de igual categoría los asuntos que aquí expone. El problema del campo es, desde luego, el de mayor importancia entre los que plantea, pero hay otros también muy significativos que no señala. De lo que se trata es de apreciar que con este breve inventario desea resaltar, a todas luces, la insuficiencia de la monarquía constitucional elaborada luego de la Restauración, hasta en aquel momento de la llegada de los liberales al gobierno.
Con su lenguaje sentencioso expresa su postura respecto a las limitaciones de ese gobierno: “Ni pueblos ni hombres han de ser tan medrosos que lleguen a tener miedo de sí mismos. Es buen hora que la política sea artística, y pocas ciencias requieren tanto arte y mesura y estudio y buen gusto como ella. Pero ha de ser sincera. Demorar un problema, no es más que agravarlo.” 27
Sin embargo, no echa en saco roto los aspectos de cambio que significaban la transición de Cánovas a Sagasta y se refiere a ello en más de una ocasión.
La presencia de Sagasta hace a la monarquía “juvenil, impresionable, activa, alegre, humana,” mientras que Cánovas implicaba la monarquía “regañona, despótica, ceñuda, desdeñosa, anacrónica”. La obra de este era alzar un dique con el trono a la ola democrática. A Cánovas se oponían las fuerzas nuevas; a Sagasta, las viejas. Y concluye, favoreciendo así la gestión de este: hay que gobernar con las fuerzas nuevas porque son las que andan, “para no ser arrollado por su fatal incontrastable curso.” 28
En otra ocasión califica la política sagastina de “promesas” y de “concesiones recortadas”, pero de todos modos le encuentra de positivo que es un crecimiento porque da fuerza y empuje, aunque llegaría el momento en se hallaría en un callejón sin salida: “O afrontan de lleno estos políticos forzosamente tímidos las cuestiones vitales que intentan regir, o estas cuestiones, llegada su hora álgida, hallarán forma y dejarán detrás de sí a los tímidos políticos.” 29
Y en ese mismo mes de noviembre de 1881 escribía que, aunque era imperfecto aún el ejercicio de la democracia en España, de ese modo se preparaba al pueblo para un ejercicio de su propia y original manera, por lo que consideraba que la democracia iba arraigando en el país. 30
Como buen analista político, Martí sigue los vaivenes de las luchas de los partidos y grupos españoles. De un lado, el bloque sagastino con los liberales, ganador de las elecciones por la defección del general Martínez Campos de las filas canovistas, el otro bando, sin que el primero contara con el apoyo franco, sino condicionado a sus intereses de Serrano, Moret, Ruiz Zorrilla y eventualmente de Castelar, Martos, Salmerón y Montero Ríos, todos ellos en un abanico de posiciones con diferencias notables. Quizás lo único que los podía unirlos era la enemistad con Cánovas y la esperanza de algunos de volver a los intentos reformadores y modernizadores de la Constitución de 1869 y a una república. Por eso el bloque gobernante y la llamada izquierda de la época aceptan de hecho la monarquía al participar en las elecciones y en las discusiones en las Cortes. Y el rey, para Martí, jugando su propio juego de salvar la monarquía e impedir la república.
Pero todos, grupos y líderes, se hallan lejos del pueblo y de sus intereses reales, según el criterio del cubano. Por eso pregunta: “¿Qué son los pueblos en manos de los políticos de oficio?” Y a continuación, tras señalar que emplean sus talentos para vivir en alto sobre la patria, se le escapa del alma la exclamación fustigante, probablemente contenida a lo largo de la mayoría de estas crónicas.
“¡Cuándo habrá de ser que se fatiguen los hombres de estas tierras viejas de ser gobernados por vanidosos logreros! ¡Cuándo, en cruzada urgente y majestuosa, sembrarán de escuelas útiles y prácticas, como misiones de la religión moderna, ciudades y aldehuelas, suburbios y villorrios! ¡Cuándo, con súbito alzamiento del decoro, que echa abajo montañas, y con pujante rebelión pacífica, apartarán de las urnas de votar a diputadillos y a alguaciles, y pondrán en estas copas de salud nombres de gentes sanas y buenas, que den a su tierra patria, zozobrante y congojosa, gobierno digno de hombres!” 31

Y en la misma crónica, datada el 4 de febrero de 1882, a propósito de las discrepancias en el bloque gobernante entre Martínez Campos y Serrano en torno a la gobernación de Madrid, dice: “Es como un baile de disfraces, bailado sobre un tablero de ajedrez, a cuyo torno duermen descuidados los verdaderos jugadores.” 32
Cada uno de los actores principales de aquella especie de mascarada recibe, sin embargo, la apreciación singular del periodista, cuyo vuelo de cronista se eleva cuando habla de sus caracteres y de sus palabras en las sesiones de las Cortes. El tiempo es corto, pero vale la pena escuchar algunas de sus presentaciones de los personajes fundamentales en las que se despliega su atrevido lenguaje modernista.
La oratoria de Martos es de “golpes sonoros y recios de una maza de plata en casco abollado”; Cánovas es como “un oso que despedazaba entre sus brazos colosales a un jilguero”; Sagasta, “una astutísima zorra” que “se deslizaba entre las garras del oso robusto, 33 y que une ductilidad y energía. 34 Moret es “hombre de noble apostura, de escultórico rostro, de grandes ojos luminosos, de ademanes de elegancia extrema”. 35 Castelar, de cuya oratoria dijo con indudable admiración: su palabra, “flameante y brilladora, como la espada del ángel del Paraíso”. 36 Martínez Campos es brazo y no cabeza y “en cuanto a nudos políticos, sabe más de tajarlos que de atarlos.” 37 De Serrano dice que aspira a presidente de la república. 38 Su mirada es amable sobre la reina María Cristina: “Es una hermosa dama perspicaz.” 39
El problema colonial de Cuba aflora con relativa frecuencia, según así lo exige el análisis de la política peninsular. La cuestión cubana está tratada  con “discreción y decoro”, dice Cintio Vitier, quien agrega que la distancia inevitable entre el patriota ardiente y el comentarista “está salvada de mano maestra. 40 Como observa ese estudioso, en sus Escenas españolas Martí aplica las normas que siguió también en las crónicas dedicadas a Estados Unidos: dejar que los hechos hablen por sí mismos y que de ellos se desprendan naturalmente los juicios y lecciones. 41 Quizás, sin embargo, en estos textos es mayor su presencia directa como analista, aunque las referencias a su patria no propagandizan su ideal de independencia ni explicitan su postura a favor de la lucha armada. 42
Sí es patente que el cronista encuentra equivocada la política sagastina respecto a la Isla, tanto para los intereses insulares como para los españoles, pues no resuelve los problemas esenciales de la colonia 43 ni va a impedir que el asunto desemboque en una nueva guerra liberadora, desastrosa para propia metrópoli. No se declara la plena abolición de la esclavitud, 44 se asume tímidamente y sin verdadero interés de solución el expoliador control comercial de ciertos sectores peninsulares sobre la Isla, 45 no hay verdaderas libertades democráticas como las reconocidas por la propia Constitución española vigente 46 y son mal tratados los diputados cubanos del Partido Liberal que abogaban por la autonomía o se inmiscuyen en los asuntos españoles. 47
De ahí las varias advertencias acerca del terrible final bélico a donde conduciría esa incapacidad de la clase política española para efectuar reformas de fondo en su política colonial. Aunque vimos que aguantaba la expresión plena de sus ideas patrióticas, es como si con estas admoniciones se le escapase su condición de político previsor que intentase convencer no solo a los lectores caraqueños sino a los de Madrid. 48
Cuando comenta el cierre de periódicos y la deportación de periodistas, concluye: “¡Es guerra inevitable y paz imposible!” 49 El 15 de octubre de 1881 afirma: “los pueblos que han tenido una vez las armas en la mano no olvidan ya nunca el modo de usarlas: el interés o la fatiga les postran y el interés mismo, o la ira, los levanta amenazadores.” 50 Y en el texto del 23 de mayo de 1882, al examinar la propuesta presentada en las Cortes por el ministro de Ultramar, Fernando León y Castillo, en cuanto al presupuesto y al comercio de Cuba. Señala, que, sin embargo, “quedan en pie, sombríos e insolubles todos los problemas.” 51
Quizás cuando menos detiene la manifestación de su creencia en la separación de la Isla es cuando se refiere a la defensa del autonomismo hecha en las Cortes por varios diputados cubanos, a quienes enjuicia así: “¡Débiles remedios a tan grandes males! Ni blandura de nombres ni indirectos caminos quiere política honrada y saludable. Lo que urge, ha de pedirse urgentemente.” 52 Pero obsérvese que, con la acción de pedir, aleja discretamente la posible alusión inicial a la lucha armada, única solución que sabemos él estimaba adecuada.
Queda claro, pues, que el objetivo del cronista es demostrar que España se hallaba aún el tránsito hacia la modernidad plena, y que el proceso político iniciado en 1881 con el ascenso de Sagasta y los liberales al gobierno no aceleraría todo lo necesario tal proceso, aunque las propias condiciones sociales y el enfrentamiento de las clases sociales y los grupos políticos conducirían, preveía Martí, al cese de la monarquía y su sustitución por la república.
No es un liberal ni un republicano español el que escribe estas escenas. El patriota y revolucionario, aunque se contiene, no puede abandonar la perspectiva desde y por Cuba, cuya dominación colonial desea concluir. Se trata, sin embargo, de una mirada leal y amistosa hacia el pueblo español, por quien —más que por los políticos— es que el cubano expresa preocupación y patentiza deseos de avance y progreso.
Por eso se entusiasma con los proyectos educativos que se manejaban entonces en la Península respecto a la mujer, para la que quiere, además de educación, trabajo y respeto humano. 53 Por eso considera que favorecer la emigración y las guerras coloniales de conquista no ayuda a ese pueblo. 54 Su sensibilidad popular y anticolonial lo lleva a pronunciarse contra las acciones españolas en Marruecos, que dejan sin cubrir el necesario espacio de atención y solución de los problemas internos peninsulares. 55

Es Martí en estas Escenas españolas, el cronista consciente de una época quien, como siempre, pone por delante el beneficio de los pueblos y el bien del hombre.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

 

3 Susana Rotker; Fundación de una escritura: las crónicas de José Martí, Casa de las Américas, La Habana, 1991. Julio Ramos: Desencuentros de la modernidad en América Latina: literatura y política en el siglo XIX, Fondo de Cultura Económica, México, 1989. Colectivo de autores: José Martí y los Estados Unidos, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 1998. Martí, José: En los Estados Unidos. Periodismo de 1881 a 1892, edición crítica, coordinadores Roberto Fernández Retamar y Pedro Pablo Rodríguez, ALLCA (Colección Archivos, 43), Madrid, 2003. El periodismo como misión, compilación y prólogo de Pedro Pablo Rodríguez, La Habana, editorial Pablo de la Torriente, 2002.

4 Cintio Vitier: “Cinco aspectos en las crónicas italianas de Martí (1881-1882)” y Valores perdurables en las crónicas españolas de Martí (1881-1882)”, en Temas martianos, segunda serie, Centro de Estudios Martianos, La Habana, 1982 y Mercedes Rivas: “De la noticia a la crónica en las Escenas españolas de José Martí” (En un domingo de mucha luz, Salamanca, Ediciones Universidad de Salamanca, 1995, p. 277-286). Es interesante que, en su misma carta a Gonzalo de Quesada, de 1º de abril de 1895, en que le orientaba cómo ordenar su obra escrita, Martí no se refiere en particular a las crónicas europeas. ¿Fue olvido o las soslayó conscientemente? Si las olvidó en el apuro de redactar una carta junto a otras muchas el mismo día en que partía para la guerra de Cuba, ello indica de todos modos que no las valoraba con similar aprecio a las de temática estadounidense, que estimaba debían reunirse en sendos tomos titulados “Caracteres norteamericanos”, “Norteamericanos” y “Escenas norteamericanas”, es decir, tres de los seis tomos que proyectaba con sus obras.

5 Considerado el iniciador del periodismo moderno en Venezuela, este diario fue fundado y dirigido por Fausto Teodoro de Aldrey, español republicano que acogió afectuosamente al cubano a su llegada a Caracas en enero de 1881 y le abrió las páginas de la publicación. Aunque a mediados del año siguiente Martí cortó sus colaboraciones por no aceptar los deseos del hijo de Aldrey en materia religiosa y respecto a sus enjuiciamientos críticos sobre Estados Unidos, seguramente el cronista dialogó con el español con frecuencia acerca de la sociedad peninsular y sus problemas.

6 También colaboró mediante la “Sección Constante”, suma informativa de variados sucesos de todo tipo generalmente del mundo europeo y estadounidense. Ya en algunos de sus textos para la Revista Universal, de México, y en varios de los publicados en inglés en The Hour y The Sun, de Nueva York, se manifiestan los rasgos del cronista.

7 A Francia dedicó 19 textos, 16 a Italia, uno a la entrevista entre el zar y el kaiser y otro a la revuelta en Egipto contra los británicos. Casi siempre Martí remitía crónicas de los tres países en el mismo envío y el periódico solía publicarlas en días diferentes, al igual que en algunos casos el diario divide en dos los textos, como sucede con tres de las escenas españolas. Están publicadas casi todas las crónicas europeas en el tomo 14 de sus Obras completas y algunas de tema literario y artístico en el 15 (La Habana, 27 tomos, Editorial Nacional de Cuba, 27 tomos, 1963-1965) y conforman los tomos 10 y 11 de la edición crítica de sus Obras completas, en ejecución por el Centro de Estudios Martianos. En adelante se citan, respectivamente, OC y OCEC, el tomo y la página,

8 Así escribiría en su Prólogo al Poema del Niágara, publicado a principios de 1882, verdadero ensayo sobre la modernidad desde la perspectiva latinoamericana y de los pueblos de menor desarrollo capitalista. OC, 223 y OCEC, 8, 144.

9 OC, 14, 460 y OCEC, 11, 148-149.

10 El mismo 20 de agosto está fechada también la primera de sus Escenas norteamericanas para La Opinión Nacional.

11 Martí, José. OC, 14, 37 y OCEC 10, 13.

12 Idem.

13 Ibid., p. 39-40 y OCEC, 10, 16.

14 OC, 14, 70 y OCEC, 10, 37. En el escrito anterior había advertido sobre la vecindad, en toda Europa, “de una convulsión tan tremenda, que parece que ha de venir estrecha los hombros del nuevo fantasma la mortaja roja que envolvió en sus postrimerías el extraordinario siglo pasado.” OC, 14, 40 y OCEC, 10, 16. En sus Escenas norteamericanas hasta 1886 insistirá en la idea de que el país del Norte, a diferencia de Europa, escaparía a esos cataclismos sociales porque su sistema político permitía las conquistas de derechos a las clases pobres y reitera varias veces que la violencia propugnada por los anarquistas eras la importación de esos conflictos sin salida en Europa

15 OC, 14, 94 y OCEC, 10, 54.

16 Idem.

17 Véase en comparación la serie de tres artículos titulados “Impressions of America”, publicados en The Hour, de Nueva York, en 1880. OC, 19, 101 y OCEC, 7, 131, 142 y 146.

18 Por ejemplo, al relatar el viaje de Alfonso XII a Portugal dice que los reyes se sienten sacudidos en sus tronos viejos y que se está viendo el combate de los reyes y los pueblos, y que es hora de que estos acaben de desperezarse frente a sus monarcas. En el mismo texto, compara las visitas de reyes con un baile de máscaras, símil para indicar lo falso de aquellos oropeles. OC, 14, 341 y 343 y OCEC, 11, 56 y 58.

19 OC, 14, 94 y OCEC, 11, 54.

20   Idem,

21 Un año antes había publicado un texto en inglés en The Sun, de Nueva York, acerca de la política española en que caracteriza a Sagasta como un Mefistóféles de salón. (Véanse “The Spanish Volcano” y el manuscrito en francés acerca de Sagasta, obvia versión de un fragmento de ese texto en OC, 14, 27 y OCEC, 7, 289 y 311.) En las mismas crónicas europeas son de destacar las diferentes apreciaciones trazadas por el cubano entre el político español y el francés León Gambetta, quien también arribó al gobierno por la misma época, al que presenta como un político más decidido y definido en sus proyecciones.

22 OC, 14, 94-95 y OCEC, 11, 55. En el mismo texto afirma que sólo los republicanos de Ruiz Zorrilla le parecen encarnar a la burguesía: Idem.

23 OC, 14, 499 y OCEC, 11, 220.

24 OC, 14, 441 y OCEC, 11, 133.

25 OC, 14, 140 y OCEC, 10, 88.

26 OC, 14, 140 y OCEC, 10, 88.

27 OC, 14, 268 y OCEC,10, 192.

28 OC, 14, 145.-146 y OCEC, 10, 92-93.

29 OC, 14, 188 y OCEC, 10, 128-129.

30 OC, 14, 258 y OCEC, 10, 182.

31 OC, 14, 373 y OCEC, 11, 84.

32 Idem.

33 OC, 14, 245-246 y OCEC, 10, 173.

34 OC, 14,149 y OCEC, 10, 96.

35 OC, 14, 209 y OCEC, 10. 145.

36 OC, 14, 141 y OCEC, 10, 90.

37 OC, 14, 404 y OCEC, 11,108.

38 OC, 14, 373 y OCEC, 11, 84-85.

39 OC, 14, 142 y OCEC, 11, 91.

40 Temas martianos, segunda serie, p, 168.

41 Idem.

42 El mismo Martí explicitó cómo su pluma de cronista atenazaba la expresión abierta de sus ideales patrióticos: “El nombre humilde que va al pie de estas letras, quita al que las escribe el derecho de dar juicio.” Y más adelante, como recriminándose por no contenerse suficientemente, exclama: “¡Ah, cosas de la patria, que rebosan, y quitan freno, y ponen alas, a la pluma loca!”  OC, 14, 406 y OCEC,11,110. Tampoco sabemos si había llegado a algún acuerdo con los editores de La Opinión Nacional en cuanto a su manejo del tema español.

43 Martí ofrece una síntesis de los que considera problemas cubanos fundamentales (OC, 14, 211-213 y OCEC, 10,149). Se nota en su relación el peso que concedía la falta de libertad de comercio, a la dictadura del capitán general, a la política impositiva destinada al pago de la deuda y a la falta de libertad de prensa, asuntos todos objetados también sistemáticamente por los autonomistas.

44 OC, 14, 504 y OCEC, 11, 226.

45 Martí analiza detalladamente el plan sobre las tarifas aduaneras del ministro de Hacienda, Juan Francisco Camacho. OC, 14, 185-187 y 504-505, y OCEC, 10, 125-127 y 226

46 Martí destaca en varias ocasiones el cierre de periódicos y la deportación de periodistas que debatían la política colonial. OC, 14, 151,187 y 212; OCEC, 10, 97, 127-128 y 148.

47 Se extiende Martí en las duras respuestas de personalidades del gobierno a la defensa de la autonomía hecha por el diputado y coronel Bernardo Portuondo Barceló (OC, 14, 211-213; OCEC, 10, 148-149) y a la propuesta del senador cubano José Güell y Renté respecto a cómo solucionar la ocupación británica de Gibraltar (OC, 14, 267-268; OCEC, 10, 191-192).

48 Pueden parecer frases apocalípticas, como dice Mercedes Rivas (ob. cit., p 279), pero es indudable que en el contexto de los análisis en que se escriben se tratan de advertencias de político previsor. Más de una vez, a lo largo de los años 80 del siglo XIX, los mismos autonomistas hablaron en términos similares y en ocasiones hasta más “apocalípticamente”.

49 OC, 14, 141 y OCEC, 10, 89-90.

50 OC, 14, 149 y OCEC, 10, 96-97.

51 OC, 14, 505 y OCEC, 11, 226.

52 OC. 14, 188 y OCEC, 10, 128.

53 OC, 14, 377-378 y OCEC, 11, 89.

54 OC, 14, 95 y OCEC, 10, Allí califica las emigraciones de “bochornosas” y las conquistas de “perniciosas”.

55 OC, 14, 140 y OCEC, 10, 88-89.

 

Datos del (los) autor (es)

1El Consejo Editorial de la revista Atenas, ha considerado oportuno reproducir la versión original del presente texto. La primera versión del mismo fue una Comunicación para el I Simposio “José Martí Zaragoza ’04, Las relaciones tecnocientíficas y culturales entre Cuba y España: ayer, hoy y mañana”. Esta versión ampliada se presentó en el Coloquio “140 años de José Martí en Santander 1879.1919” efectuado el 10 y el 11 de octubre de 2019 en la Biblioteca Central de Cantabria, España.

2Doctor en Ciencias Históricas. Investigador Titular del Centro de Estudios Martianos. Miembro de la Academia de Ciencias de Cuba. Jefe del equipo de investigación para la elaboración de la Edición Crítica de las Obras Completas de José Martí. Cuba. Orcid: https://orcid.org/0000-0002-6723-8916